miércoles, 23 de diciembre de 2009

No sorprende tanto el fascismo como la estupidez

No sorprende tanto el fascismo como la estupidez. O tal vez nosotros, los jóvenes, debamos corregir el modo en el que demostramos nuestra propia estupidez. O encontrar un nuevo medio para estupidizarnos; un medio más autóctono, menos foráneo, menos relacionado con las drogas, el alcohol, algo bien, algo pro.
Si bien el ataque a la cultura rock parece menor comparado con la defensa de la represión y el accionar militar durante la última dictadura, no hay que olvidar que forman parte de una misma ideología. La cultura rock representó y representa para muchos un pilar de la lucha cultural contra lo establecido. Por lo tanto, no sorprende en lo más mínimo un ataque reaccionario a la misma; el ataque del gremio taxista radio diez, el ataque una clase media asustadiza, el ataque “cuando estaban los militares esto no pasaba”. Pero sí sorprende el ataque de un “intelectual”, de un “escritor”.
Pensar que la música rock en sí misma posee un poder mágico e hipnótico el cual nos vuelve contestatarios, revolucionarios, “trotskoleninistas”, “social-guevaristas”, demuestra una ignorancia tal que parece provenir de uno de estos programas farandulescos que en los últimos tiempos dicen representar el clarmor popular (como si ellos viesen en lo popular algo más que un número más en su abultado rating).
La cultura rock es el medio que millones de argentinos elegimos para canalizar nuestro disconformismo con, entre otras cosas, el sistema establecido, la injusticia siocial y gente como la que hacemos referencia en este escrito.
Quizás el error sea nuestro, quizás ya no deba sorprendernos nada, para así estar siempre alertas.
Los dinosaurios van a desaparecer, pero no sus hijos y nietos ideológicos y nosotros, hijos y nietos ideológicos de una cultura rock que se ve amenazada constantemente por la vorágine capitalista que se alimenta devorándolo todo, debemos protegerla más que nunca, para así no perder uno de los pocos canales que todavía nos permite gritar y ser escuchados.

La Condena de Caín

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