jueves, 29 de abril de 2010

Almas nobles

Hay fechas que nos movilizan como sociedad ante el unánime repudio a lo inconcebible. Días después, el espejismo de la cotidianidad nos une en el olvido y el egoísmo de lo urgente. Hay días que nos despiertan al golpear duro en nuestra avergonzada conciencia y nos obligan algún que otro acto de enferma rebeldía. Hay horas de cada día que dedicamos a pensar, a hacer, a construir, con la cabeza en el bien común y la duda en lo más hondo de todo lo establecido. Sin embargo, se nos obliga a desdoblarnos. A ser unos, unas horas, unos días y a ser otros, enajenados, como piezas fácilmente reemplazables, otras horas, otros días. La imperiosa necesidad que el sistema nos genera, obliga al alma noble a ser dos: quien se rebela y vive en armonía con su sentido crítico, y quien obedece con la cabeza gacha para sobrevivir ante lo que no puede destruir. Esta necesidad es falsa, es creada ante nuestros ojos para que dejemos de ser nosotros en cuanto esta misma necesidad se presenta como imperiosa. Si todas las almas nobles no renunciasen a ser ellas mismas ni por un minuto, atendiendo sólo las verdaderas urgencias nacidas desde lo más hondo de su ser, nuestra victoria en la búsqueda de un espíritu revolucionario, estaría ya ganada.

La Condena de Caín

lunes, 26 de abril de 2010

Adán Buenosayres

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Su alma era semejante a un carro alado del cual tiraban dos potros diferentes: uno, color del cielo, crines abrojadas de estrellas y fincos cascos voladores, tendía siempre hacia lo alto, hacia las praderas celestes que lo vieron nacer: el otro, color de tierra, sancochado de boca, empacador, lunanco, barrigón, orejudo, vencido de manos, jeta caída y rodador, tiraba siempre hacia lo bajo, ansioso de empantanarse hasta la verija. Y Adán, ¡pobre carrero!, tenía las riendas de uno y otro caballo y forcejeaba por mantenerlos en la ruta: cuando triunfaba el potro maldito arrastrando en su caída todo el atelaje del alma, junto al carro humillado el animal de cielo parecía dormirse, pero cuando vencía el potro celeste, sus remos braceaban una luz maravillosa y sus narices parecían ventear el olor de los alfalfares divinos: entonces el carro volaba, y también ascendía el caballo de tierra como un peso muesrto. Se remontaba el animal celeste, hasta que sentía enrarecido el aire, flaqueaba de tendones y se dormía borracho de alturas; entonces despertaba el animal terrestre y hallando a su parejero dormido se dejaba caer a fondo, con su hambre voraz de materias impuras; cuando a su vez el animal de tierra se dormía en su hartazgo, el animal de cielo despertaba, dueño del carro ahora. Así, entre uno y otro caballo, entre el cielo y el suelo, tirando aquí una rienda y aflojando allá otra, el alma de Adán subía o se derrumbaba. Y al fin de cada viaje Adán enjuagaba en su frente un agrio sudor de carrero.

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Extracto de "Adán Buenosayres" de Leopoldo Marechal (escritor argentino 1900 - 1970)

sábado, 17 de abril de 2010

En el letargo de los pensados

Remo nació muerto. Muere día a día en la inacción de este letargo que lo ata a su irrealidad.
Sin embargo recuerda haber vivido, recuerda haber pensado.
No hace tanto tiempo, apenas una eternidad.
Hoy es pensado por otros, por quienes ayer lo consideraron un enfermo y hoy le escriben objetivamente su destino.
Ya no queda espacio para la subjetividad de la razón. Pero en Remo el ardor de la esperanza burla sus más hondos recuerdos. Tal vez, algún día, su locura lo salve.

La Condena de Caín

domingo, 4 de abril de 2010

Campanadas por él

1967
Higueras

¿Ha muerto en 1967, en Bolivia, porque se equivocó de hora y de lugar, de ritmo y de manera? ¿O ha muerto nunca, en ninguna parte, porque no se equivocó en lo que de veras vale para todas las horas y lugares y ritmos y maneras? Creía que hay que defenderse de las trampas de la codicia, sin bajar jamás la guardia. Cuando era presidente del Banco Nacional de Cuba, firmaba Che los billetes, para burlarse del dinero. Por amor a la gente, despreciaba las cosas. Enfermo está el mundo, creía, donde tener y ser significan lo mismo. No guardó nunca nada para sí, ni pidió nada nunca.
Vivir es darse, creía: y se dio.

Extracto de "Memoria del fuego" de Eduardo Galeano (periodista y escritor Uruguayo nacido en 1940)