Esa mañana desperté con ganas de gritar pero ya no me acordaba cómo. ¿Hace tanto tiempo fue la última vez? En las últimas semanas, los últimos meses, años, había estado debatiendo, discutiendo; había repetido ideas que rondaban mi cabeza con moderadas diferencias que mi moral me mentía como radicales. ¡Pero hace cuánto que no gritaba! Simplemente no recordaba cómo. Fueron estas ganas las que me hicieron ver que hasta entonces no había pensado en un cambio serio, en un cambio tan profundo que realmente me perjudicase. Los debates, discusiones, su acumulación, llevan a ese cambio. Pero necesariamente deben estallar en un grito que lo proclame. En ese grito que ya se me confunde y no estoy seguro de alguna vez haber pronunciado."El mecanismo más eficaz para el control del pensamiento en las
sociedades
democráticas consiste en la limitación de lo pensable, que se
logra por medio de
la tolerancia del debate, incluso del fomento del mismo,
aunque sólo sea dentro
de límites adecuados" – Noam Chomsky
Ya hace mucho tiempo de esa mañana. Todavía no aprendí a gritar. Sin embargo, desde entonces, mi búsqueda finalmente fue sincera. Finalmente comprendí que mi grito se encuentra encerrado detrás de los límites de todo lo “bueno” y “sano” que rige la sociedad. Hoy, el realmente estar buscando ese cambio, el saber que lo deseo profundamente y no como una máscara que me proteja de mi mismo, es lo que me empuja, irreversiblemente, a la búsqueda de lo intolerado.
La Condena de Caín