lunes, 31 de agosto de 2009

Si esto es un hombre

(...) Todos deben saber, o recordar, que tanto a Hitler como a Mussolini, cuando hablaban en público, se les creía, se los aplaudía, se los admiraba, se los adoraba como dioses. Eran “jefes carismáticos”, poseían un secreto poder de seducción que no nacía de la credibilidad o de la verdad de lo que decían, sino del modo sugestivo con que lo decían, de su elocuencia, de su arte histriónico, quizás instintivo, quizás pacientemente ejercitado y aprendido. Las ideas que proclamaban no eran siempre las mismas y en general eran aberraciones, o tonterías, o crueldades; y, sin embargo, se entonaban hosannas en su honor y millones de fieles los seguían hasta la muerte. Hay que recordar que estos fieles, y entre ellos también los diligentes ejecutores de órdenes inhumanas, no eran esbirros natos, no eran (salvo pocas excepciones) monstruos: eran gente cualquiera. Los monstruos existen pero son demasiado pocos para ser realmente peligrosos; más peligrosos son los hombres comunes, los funcionarios listos a creer y obedecer sin discutir, como Eichmann, como Hoess, comandante de Auschwitz, como Stangl, comandante de Treblinka, como los militares franceses de veinte años más tarde, asesinos en Argelia, como los militares norteamericanos de treinta años más tarde, asesinos en Vietnam.
Hay que desconfiar, pues, de quien trata de convencernos con argumentos distintos de la razón, es decir de los jefes carismáticos: hemos de ser cautos en delegar en otros nuestro juicio y nuestra voluntad. Puesto que es difícil distinguir los profetas verdaderos de los falsos, es mejor sospechar de todo profeta; es mejor renunciar a la verdad revelada, por mucho que exalten su simplicidad y esplendor, aunque las hallemos cómodas porque se adquieren gratis. Es mejor conformarse con otras verdades más modestas y menos entusiastas, las que se conquistan con mucho trabajo, poco a poco y sin atajos por el estudio, la discusión y el razonamiento, verdades que pueden ser demostradas y verificadas. (...)

Fragmento de "Si esto es un hombre" (Primo Levi, escritor italiano sobreviviente de Auschwitz 1919 - 1987)

lunes, 24 de agosto de 2009

Caso Cromagnon

Los problemas estructurales tienen la mala costumbre de estallar como crisis agudas, donde lo urgente supera lo importante. En el caso Cromagnon urgió la necesidad de que el sistema judicial encuentre contados culpables a quienes condenar con varios años de cárcel para acallar el sistemático reclamo de un sector de la sociedad, en su mayoría indignada por un acto siniestro del cual conoce poco y nada (siempre y cuando se mantenga en la portada de los más grandes medios de comunicación).
La principal característica que debían tener estos culpables era la de carecer de una base social fuerte que los defienda. Así fue como se eligió sobre quiénes recaer una fuerte condena, librando de culpa a su vez, a quienes contaban con determinado apoyo, sea éste político o social (en algunos casos siendo excluidos de la causa desde el comienzo de la misma).
Con este análisis no se critican las sentencias en sí, sino las verdaderas razones por las que fueron impuestas.
El fallo en particular puede ser discutido desde los valores morales socialmente instaurados o desde resquicios legales en el que sólo abogados y jueces pueden ahondar con comodidad. Sin embargo, parecería ser que el resultado final, en este caso, no está dado por ninguno de estos dos criterios sino por la búsqueda de demonizar a ciertos acusados en particular para que carguen con la culpa del caso y así saciar la reaccionaria necesidad de los medios de tener una personificación de la responsabilidad total del hecho y no tener que dar serias explicaciones a ningún sector social que se vea afectado.
Mientras tanto, las soluciones estructurales de base para el ámbito de la seguridad y la cultura, la necesidad de generar espacios seguros para la expresión artística, la discusión profunda coyuntural sobre las características de los espectáculos masivos, fueron siendo olvidadas.
Ciento noventa y cuatro muertes y el trastorno de tantas otras vidas, son manipuladas día a día junto con la opinión pública, persiguiendo intereses sensacionalistas de acuerdo a cada momento, enarbolando la bandera con la que sofocan todo posible análisis: lo urgente siempre supera lo importante.

La Condena de Caín