domingo, 11 de octubre de 2009

Baco - Capítulo 4

En un sistema perverso, para que unos hablen, otros tienen que callar; para que unos coman, otros tienen que sufrir de hambre; para que unos vivan, otros tienen que morir.
Baco siempre se consideró parte de los unos, merecedor de tal condición. Es más, un gran desprecio por los otros lo acompañó toda su vida.
Sin embargo, nunca dio real cuenta de esta ecuación que rige el mundo moderno. Su vacuo análisis y su eterna ambición lo llevaron a la idea de sistematizar un plan que lo alejara de los callados, de los hambrientos, de los muertos, que empobrecían su existencia.
No soñaba con un nuevo orden mundial que cumpla sus expectativas. Soñaba con la revolución dentro de su propio mundo: su entorno más cercano, familiares, amigos… todos quienes lo afectaban en forma directa en su deseo de ser uno por sobre todos los otros.
Así fue como dedicó su vida a alejar de sí a toda personalidad débil que lo rodeaba, todos aquellos a quienes dominaba a conciencia, todos quienes necesitaban de él para subsistir, ya sea por razones afectivas o económicas, todos fueron siendo eliminados poco a poco.
Baco era un hombre de una determinación admirable, nunca dudó de sus propósitos, ni de sus medios. Y así fue como en poco tiempo vio realizada su obra. Ya no había gente a su alrededor que le obedeciese sumisamente, ya nadie cerca suyo dependía de él para seguir el curso normal de su existencia, su objetivo se había logrado a la perfección y se sintió más uno que nunca.
Fue en el mes de Octubre cuando recostado en el sillón de su despacho, pensando en su plan inicial, se dijo a sí mismo que ya no había más que hacer. Sólo se encontraba rodeado de gente superior, de gente con la autoridad para dirigírsele sin titubeos ni vacilaciones. Su vida era perfecta. Fue entonces que su jefe abrió la puerta y le ordenó una simple tarea a la que Baco accedió gratamente. Se dispuso a hacerla pero algo dentro suyo no lo dejó, su vida tan perfecta le gritaba desde el alma su descontento. Hace tiempo que no hablaba, que no comía, que no vivía. Lentamente se había convertido en uno de los otros. La desesperación de la razón lo invadió en plenitud rogándole que termine su plan que ya creía concluso.
Baco era un hombre de una determinación admirable. Se acercó a la ventana abierta que daba a la calle desde el séptimo piso y miró hacia los tantos unos y otros que iban por la vereda. Todos los callados, los hambrientos, los muertos, debían ser eliminados. Dejó que el peso de su cuerpo ceda a la gravedad, y así fue.

La Condena de Caín