lunes, 11 de mayo de 2009

Baco

Me dirijo a todos ustedes, a quien quiera leer mis palabras. Me dirijo buscando la absolución en la opinión pública, donde mis justificaciones toman el valor que la corte les ha negado en instancia de juicio.
Mi nombre es Baco y hace cinco días fui declarado culpable y condenado a 6 años de prisión efectiva. ¿El cargo? Tortura y asesinato de un gato. Se que hoy esta respuesta suena casi cotidiana teniendo en cuenta las recientes conquistas históricas en los derechos de los animales, pero créanme todos los jóvenes: a los pocos de mi generación que nos mantenemos lúcidos, todavía nos provoca una gracia singular.
Desde un primer momento me declaré culpable, nunca quise ocultar ni disfrazar mis actos. Mi única defensa (contra la insistencia de todos los abogados) fue explicar mi crimen como un desesperado acto en búsqueda de la felicidad. ¿Acaso les parece un argumento débil? Vivimos paso a paso buscando la felicidad, escondiéndonos hipócritamente en el bien común. Simplemente cada uno la encuentra a su manera.
Me llamarán anticuado, pero yo encuentro la felicidad en mi relación con otros, algo antiguo, casi arcaico en estos años; lo que hace, entre otras cosas, que el destino de esta carta misma, sea indefectiblemente la indiferencia.
Toda mi vida la viví rodeado de gente más feliz que yo. Siempre contemplé con envidia sus enormes sonrisas, sus ropas costosas, sus elegantes rostros preocupados o sus enojos de increíble relevancia, dependiendo el caso. Mi jefe, mi mujer, mis hijos, mis amigos, mis clientes… Toda la gente a mi alrededor parecía llena de vida aprovechándose de mi, disfrutando a costa de mi humillación y falta de carácter.
Nunca se me ocurrió obrar de la misma manera. No sólo me sentía incapaz sino que no lograba comprender cómo convertían mis tan profundas tristezas en fuentes de orgullo y felicidad.
Quizás un poco tarde, pero mi reacción finalmente llegó. Sí, tomé uno de los pocos casos a mi alrededor que considero inferior a mi en todo sentido, que puedo dominar, manipular a gusto, y lo usé como nunca antes había hecho. No sólo lo torturé hasta la muerte. Les encantaría haber presenciado semejante espectáculo. Un sadismo y perversión que no conocía en mí mismo, salieron a relucir como ave hambrienta que reconoce su presa. Al terminar mi obra, mi cuerpo, mente, alma, se fundieron en un estado desconocido para mí hasta ese momento.
Y, ¿saben qué? Viendo el mundo que hoy me rodea, el mismo mundo que nos abraza a todos, el que hemos convertido en lo que nos convierte en esto día a día, tengo que reconocerlo: toda la gente que me rodeó durante una vida no estaba tan equivocada.

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