Una vez más la terquedad de lo cotidiano me asfixia. Agotado por el vértigo del pensar, las preguntas que respondo parecen una y otra vez caer como frutos de un mismo árbol. Qué cansador es ser siempre uno mismo.
El espejo, cruel en su perfección, logra desilusionarme día a día en la repetición de lo que espero sea una agradable sorpresa, destacando redundantemente la belleza de todo lo nuevo en este estado.
Ya me es imposible negarme a la pasividad del no-progreso; de un no-progreso indestructible con el mero esfuerzo insaciable del narcisismo de mi soledad. La búsqueda debe superarme. De cualquier otra forma, mañana despertaré con la misma y rutinaria sensación de no tener nada nuevo que ofrecer.
Hoy lo veo, hoy abro el espectro, hoy rompo con toda estructura conocida que me condiciona a pensar como ayer, como siempre. Pero entonces... entonces vuelvo a dudar de esto que hoy mismo proclamo... Otra vez el vértigo; este maldito amigo que me desestabiliza, que trae a la luz mis peores inseguridades desde lo profundo y oscuro de mi seguridad. Otra vez el vértigo; este cruel compañero que representa la única esperanza que me queda, la única certeza que confirma mi identidad: mañana, ya no seré el de ayer.
La Condena de Caín
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