martes, 6 de julio de 2010

¿Qué será de mi cuando esté vivo?

Es temprano en la mañana. Siento como viejo el rocío que moja mis pies desnudos entre el largo césped. Se que a tantos incomoda con su frío invernal, pero a mi me hace feliz. Será que no lo necesito para nada en particular, que no le doy un uso, o algún recuerdo que me avergüenza lo suficiente para no poder precisarlo lo que me hace sentirlo tan mío. ¿De quién más si no? ¿De todos aquellos a los que molesta tanto en sus labores diarias? Podría ser. Puede que sea el mismo rocío el que elija a quien le pertenece y su gusto más encantador sea el de incomodar; no el de ser apreciado como tan hermoso por todos aquellos que no lo sentimos en momentos activos de nuestros días.

Me llena de hastío toda esa gente que lo maldice cada mañana. Si a ellos no les gusta, que me lo dejen todo para mi. ¿Qué les preocupa tanto de un simple estado de la naturaleza tan vago que ni siquiera todos tenemos el gusto de conocerlo?

Entre tantos sueños me encuentro mintiendo. Miro mis pies, enredados en dos o tres sábanas sobre una cama que los separa del frío piso de cerámica. El reloj me explica que el día debe comenzar y mientras me levanto lentamente me pregunto una vez más: ¿Qué será de mí cuando esté vivo?

La Condena de Caín

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