lunes, 21 de septiembre de 2009

Remo - Capítulo 3

Conozco a Remo desde que éramos pibes. Allá, en la escuela esa privada que nos mandaron los viejos, lo conocí. Buen tipo, buena gente, Remo. Muy responsable, muy educado. Por ese entonces todavía teníamos tiempo para mandarnos alguna, igual. Después de clase, cada tanto, en vez de irnos derecho para casa, nos mandábamos para las vías y le pintábamos la cabina al vigilante de la esquina. ¡Las veces que nos habrá corrido el viejo! Nunca nos alcanzó, por suerte. Ni me imagino lo que me habrían hecho mis viejos si se enteraban. Y los de Remo, mejor ni pensarlo. Pobre flaco, con los viejos que tenía.
Pero el tiempo pasa, ¿viste? Y ya para quinto año, pasar las materias estaba jodido. Remo era un buen alumno, siempre le importó sacar buenas notas, ya no quería meterse en kilombos. Así, poco a poco fuimos cancelando las tardes de bandalismo hasta que quedaron en el olvido. ¿Qué le vamos a hacer? No se es joven por siempre.
Cuando terminamos el colegio, Remo fue a la universidad. Yo no, una cuenta pendiente que tengo. Igual, no perdimos contacto, eh. Las charlas no eran las mismas, yo empecé a tener otros amigos, pero no nos olvidábamos del otro.
Después Remo se casó con una piba que conoció ahí en la Facultad. Linda mina, ningún boludo Remo. Siempre tuvo su pinta. Al rato, dos pibes ya tenían; así que tuvieron que ponerse a laburar mucho los dos para seguir con el nivel de vida que tenían.
Igual cada tanto nos veíamos. Ya no como antes, cada uno tenía su familia, sus cosas, pero siempre lo vi bien. Bien empilchado, buen laburo, todo un señor. Un montón trabajaba este Remo. Se que no tenía muchos otros amigos, pero el tiempo no le daba; era un tipo exitoso en lo que hacía: algo de manejo de personal en una empresa de esas con edificios enormes, de oficinas más caras que mi casa. Un tipo de mundo, este Remo.
Un día nos juntamos a tomar un café y se me dio por endulzarlo un poco. Se lo merecía. Si lo que tiene, bien ganado que lo tiene. Le reconocí que algo de envidia le tenía. Él con esa ropa de marca, esa vida de gente bien, la familia que tan bien la tenía cuidada, tantos proyectos importantes… Y yo… yo todavía en la mía, con mi jermu, mis pibes. Bien, ¿viste? Pero no me sobraba nada. Con el futuro en el aire, digamos. Nada que ver con Remo; si hasta tenía alquilada una parcela ahí en chacarita...
Me miraba raro esa tarde Remo. Cuánto más le hablaba de su vida, más serio se me ponía. Entonces le cambié de tema. Lo golpeo en el hombro y en un ataque de nostalgia le digo “Remo, ¿te acordás cuando íbamos a pintarle la casilla al vigilante del barrio? ¿Hace cuánto que no hacés alguna locura como esa? ¿Te acordás?”.
Ni me respondió. Ni me miró. Se paró y se fue. Si hasta se dejó el saco en la silla… Lo iba a frenar, pero estaba raro ese día así que no me quise meter.
La verdad, a Remo no lo vi nunca más. No volví a escuchar de él, ni me contestó el teléfono, nada. Pero bue… no se es joven por siempre. Buen tipo, buena gente, Remo. Muy responsable, muy educado…

La Condena de Caín

No hay comentarios: